Esta madrugada se cumplen 100 años del último día de un poeta, Wilfred Owen, emblema de su generación, conocidos como War Poets.
Tenía 25 años.
Cien años del
último día de un hombre que cambió su
modo de escribir poesía cuando se encontró de frente con los horrores de la
guerra, con la verdad de la guerra.
Le
recordamos, y tenemos que recordarle:
Porque
comenzó a escribir poesía deseando ser poeta con todas sus fuerzas
Porque
no pasó los exámenes para una beca en la Universidad y, desengañado de la
religión tras ser ayudante de vicario, se metió en cama en casa de sus
padres durante semanas.
Porque
emigró a Burdeos, Francia, donde malvivió, explotado, como profesor de inglés.
Porque,
humano al fin y al cabo, es verdad que tuvo “pruritos de grandeza” (como dicen de
Quevedo), y que no llevaba bien su homosexualidad, y ansiaba aprobación y
reconocimiento.
Porque
una de las mejores campañas de propaganda del siglo XX, la presión social y la
posibilidad de ser oficial le empujó, ingenuamente, a alistarse en los Artist Rifles de Duke Street, Londres (actualmente
escuela de ballet), creyendo que se
trataba de un regimiento de artistas: pintores, poetas, escritores, músicos… Algo
hubo en sus orígenes, pero en 1916…
Porque,
como escribió a su madre:
“I have not been at the front.- I have been in front of it.”
(“No
he estado en el frente; he estado enfrente
de él.”)
Porque, de la noche a la mañana, hubo de responsabilizarse de diez hombres tan o más jóvenes que él, revisar sus pies todas las noches: llegó en enero a las trincheras, con temperaturas bajo cero y lluvias que las inundaban. Peligro de congelación y gangrena.
Porque
quedó enterrado con cadáveres de amigos, vio morir o desaparecer sin rastro, se
despertó por los aires tras la explosión de un proyectil, resistió bombardeos
de 50 horas sin moverse.
Porque
sobrevivió a ataques de gas, describiéndolos como el mejor testigo:
“Si pudieras
oír con cada sacudida
Cómo sale
la sangre de su pulmón enfermo,
Obscena
como el cáncer, amarga como el vómito
De incurables
heridas en lenguas inocentes,
Amigo,
no dirías entusiasta
A los
muchachos sedientos de una ansiosa gloria
Esa vieja
mentira: Dulce et decorum est
pro patria mori.”
(Traducción
de Gabriel Insausti).
Porque,
acabó con la entonces llamada “neurosis de guerra” en un hospital en Escocia; paradójicamente,
coincidió con Siegfried Sassoon, poeta y paciente “peculiar”, que valientemente
había denunciado el curso de la guerra.
Porque,
por su mediación, sus poemas fueron acogidos,
escuchados y valorados en el privilegiado círculo de Robbie Ross (verdadero
amigo de Oscar Wilde), en su casa de Half Moon Street
Porque
el último año de su vida, mientras se preparaba para volver al frente en
Ripon,
alquiló una buhardilla y revisó sus poemas.
Porque
–especialmente ese último año- intentó
ser él mismo, a pesar de sí mismo.
Y
porque, como si nos estuviera viendo cien años después, en el prefacio para su
poemario, que escribió antes de su muerte, se lee:
“TODO LO
QUE UN POETA PUEDE HACER HOY ES ALERTARLES. POR ESO LOS VERDADEROS POETAS DEBEN
DECIR LA VERDAD.”
Owen Memorial, Oswestry
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