La escritora británica Anne Perry abrió en León el II
Congreso Internacional de Ficción Criminal. Anne Perry (seudónimo de Juliet
Marion Hulme, Londres, 1938) publicó su primera novela, El verdugo de la calle
Cater, con 41 años. Hasta entonces había trabajado como dependienta, camarera,
secretaria, recepcionista de hospital, azafata de vuelo… hasta pasó varios años
en prisión.
–Al ver su biografía surge la eterna duda sobre la dialéctica entre el escritor
y su obra: ¿antes de escribir hay que tener profundas vivencias?
–Sí. Importa menos cómo lo cuentes, lo principal es lo que digas. Si alguien no
tiene nada que contar, es mejor que permanezca callado. Saber escribir permite
narrar de forma más bonita, por decirlo de alguna manera, pero lo importante es
tener algo que decir.
Contesta sin inmutarse, manteniendo esa flema inglesa que envuelve un aura de
gran dama culta y sofisticada de la literatura policial. A partir de la obra
citada su producción literaria ha sido imparable, con más de medio centenar de
novelas. Su contrato editorial le marca la obligación de escribir dos novelas
anuales de sus investigadores más famosos, Tomas Pitt y William Monk, aunque
ella asegura que “en realidad es una decisión mía, no es ninguna imposición. Es
el ritmo de escritura que a mí me gusta”. Ambos detectives se mueven por las calles de la Inglaterra
victoriana, que Anne dibuja con gran maestría. “Es un pasado sofisticado
y muy cercano a nosotros. En esa época,
Inglaterra era el centro del mundo, en el que vivían todo tipo de gentes, lo
que me permite un espectro más amplio de personajes y un trasfondo adecuado a
mis tramas. Además, se carecía de tecnología, apenas se distinguía la sangre
humana de la animal y en la investigación criminal se comenzaba a tomar las
huellas digitales. Todo dependía del observador, de su capacidad de deducción.
Era más importante el factor humano, por eso me sedujo esa etapa como escenario
de mis novelas”.
Otro de los espacios preferidos por Anne
Perry es la I Guerra Mundial, en la que ambienta la saga de los Reavly,
y sobre la que en España se han
publicado cinco novelas: Las tumbas del mañana, El peso del cielo, Ángeles en
las tinieblas, Las trincheras del odio y No dormiremos. “La Gran Guerra fue la crisis más
grande de la humanidad, se estuvo más cerca del infierno que de la tierra. Es
el final de la Historia y el comienzo de la Edad Moderna. Un momento que exigía una gran capacidad de fe y espiritualidad
para afrontarlo. Hago un ejercicio mental en mis novelas, cuando a alguno de
mis personajes, ante al abismo, se les presenta el diablo y les pregunta: ‘¿En
qué crees? Sólo si me dices la verdad serás libre’. En ese momento crítico
aparecen las verdades no esperadas”.
–Sin embargo, usted ha llegado a decir que fue la guerra de los poetas, ¿por
qué?
–En las fuerzas militares inglesas se enrolaron grandes poetas, que lucharon y
murieron en las trincheras. Isaac Rosenberg, Wilfred Owen, Charles Sorley,
Rupert Brooke, por citarle algunos. Les robaron la vida, pero escribieron
excelentes poemarios. Se iba a pelear con un dicho: ‘Aunque muera fuera de mi
patria; mi tumba, allá donde esté, será tierra inglesa’. Al regreso se impuso
aquella otra: ‘Que nadie les cuente la gran mentira: Es dulce y decoroso morir
por la patria’.
– En su saga sobre la Gran Guerra nunca
habla de las unidades militares de primera línea, ni de aquellas que se
distinguieron por su heroísmo. Siempre se centra en los zapadores.
–Aquellos que cavaban las trincheras, que caminaban por túneles hasta el
enemigo, podían oír los lamentos de los dos bandos. Después de escucharlos
tenían que matarlos. ¿Cómo se puede hacer esto? Ahí se encuentra lo que me
llamó la atención. Pero de todas formas no me centro en las batallas, prefiero
hablar del ser humano enfrentado a esas situaciones críticas. Al igual que Jesucristo
en el Huerto de Getsemaní.
–Los investigadores Tomas Pitt y William Monk le han dado la fama
internacional. Algo deben de tener que los diferencia del resto para explicar
su enorme éxito.
–En realidad no lo sé. Monk no sólo busca la solución al problema que le
presenta la trama, también quiere dar solución a su problema. Pitt no es
especial, simplemente es muy decente. Siempre se desenvuelve entre actuar y no
actuar, la toma de decisiones, pero siempre responsables. Sigue el presente
principio: ‘Siempre ocurre algo malo, cuando un hombre bueno no actúa’. En
próximas entregas lo voy a promocionar a puestos de mayor responsabilidad para
agudizar esos dilemas, que tenga que ser investigador, juez y ejecutor.
–En su última novela hay un cambio de registro y de escenario. El brillo de la
seda está protagonizada por una mujer y se desarrolla en la capital del
estrenado imperio bizantino.
–Otro reto. Quería hacer algo diferente. Una novela que se sujetase por sí
misma, que no fuera parte de una serie, ni necesitase más novelas para
explicarla ni apoyarla. Me interesaba esa gente fiel a una religión y que ha de
vivir ante una disyuntiva: dar la vida por su fe o renunciar a ella y aliarse
con el enemigo. He llegado a entender que alguien pueda sacrificar su vida por
la fe, pero me pregunto: ‘¿qué pasa con tus hijos?’. Otra cuestión que me
obsesiona es hasta qué punto es importante pertenecer a una confesión
religiosa, para estar cerca de Dios.
–En toda su obra hay como una constante: la mujer abriéndose camino en un mundo
de hombres.
–Si usted lo ve, es que estará ahí, pero le aseguro que no es algo consciente.
La mujer puede hacer lo mismo que el hombre y ser igual de fuerte, pero no es
mi interés centrarme en ello.
–¿Su próximo proyecto?
–Me interesa investigar y escribir sobre el ascenso del fascismo en Europa
durante los años treinta, después de la Gran Depresión. Lamentablemente tengo la impresión de que estamos viviendo una época
parecida.
[Los resaltados en negrita son míos].
Enlace a la entrevista, escrita por Alejandro M. Gallo, en La Opinión de A Coruña: