Donde los corderos pastaron, andan en silencio
los pies de los ángeles luminosos;
sin ser vistos vierten bendiciones
y júbilos incesantes,
sobre cada pimpollo y cada capullo,
y sobre cada corazón dormido.
Miran hasta en nidos impensados
donde las aves se abrigan;
visitan las cuevas de todas las fieras,
para protegerlas de todo mal.
William Blake
Los árboles invisibles Poesía de la Gran Guerra, 1914-1918
domingo, 18 de febrero de 2024
En recuerdo de Margarita Moreno, luz.
sábado, 11 de noviembre de 2023
Poeta de guardia XXXIX. "Cuerpos lavados por los ríos" Esther González.
Porque llueve, y hay fango,
y en la oscuridad de un día
ensombrecido por las nubes de polvo
que levantan los obuses,
la lluvia forma lagos de agua negra en los cráteres,
se vuelve riada en las trincheras inundadas
y da igual que no tengan agua las cantimploras.
Tú
no has de beber.
Y mientras los sanitarios buscan en vano a los desaparecidos
y juntan en un saco los restos de aquel chico que estalló,
y estás atrapado bajo dos o tres cadáveres,
y el refugio se ha venido abajo
-sabido es que los alemanes los construían mejores-;
y tus poemas van en una bolsa, doblados con tus pertenencias
para entregar a los familiares;
tú, vivo o muerto,
fallecido estúpidamente de una herida mal curada
o avanzando sin remedio a la trinchera contraria,
gloria de la literatura y de la gentileza,
o hijo de emigrantes rusos que acabaron en Bristol;
esta lluvia, digo, dice,
os lavará a todos por igual y para siempre
donde sea que quedaran vuestros cuerpos abandonados e inertes.
Y si escribisteis una carta a vuestra madre, o a vuestras novias o amantes,
o a los amigos o amigas,
y les contasteis que llovía, que hacía frío hasta no sentir el frío
y que las ratas os hablaban desde vuestro hombro;
entonces sabéis que os recordarán siempre
cada día de lluvia, cada hora de lluvia hasta el final de sus días;
y sabrán ellos también
que sois lavados por los ríos.
"Cuerpos lavados por los ríos (los árboles invisibles)."
domingo, 25 de junio de 2023
"En la serpiente de nubes". Leonora: Visión y esplendor (I)
Entre 1932 y 1933, Leonora Carrington, con 15 años, estudia en Florencia en la Miss Penrose School for Girls.
De esta época es el conjunto de acuarelas Sisters of the Moon (Hermanas de la Luna):
Atrás quedarán las expulsiones de colegios católicos y la etiqueta de su presentación en sociedad en el palacio de Buckingham el 29 de marzo de 1935 cuando su familia, a la vista de que no se presentan pretendientes, considera los deseos de Eleonora de dar clases de pintura con un profesional.
Finalmente será en la Ozenfant School of Fine Arts de la calle Warwick, Londres, del artista francés Amédée Ozenfant. Es 1936, y animará a sus alumnos a visitar la primera Exposición Internacional Surrealista.
Como escribió Herbert Read en el catálogo de la Exposición:
“Es un desafío, el acto desesperado de unos hombres demasiado convencidos de la podredumbre de nuestra civilización para querer salvar ni un jirón de su respetabilidad”.
En junio de 1937, Max Ernst presenta su primera exposición individual en Gran Bretaña en la Mayor Gallery de Londres.
A través de Erno Goldfinger y su esposa Ursula -amigos comunes-, Max y Leonora se conocen.
Ella describirá con precisión ese momento a Joanna Moorhead muchos años después, cuando ya pasa de los 90 años de edad; él también reflejará, en una entrevista, ese mismo recuerdo.
Harold Carrington, padre de Eleonora y destacado industrial bien relacionado, al parecer se informó meticulosamente y denunció la exposición de Ernst por considerarla “obscena”.
Emitida la orden de arresto, se refugió de inmediato en una casa de campo de su amigo Roland Penrose, aprovechando un viaje al que estaban invitados otros amigos artistas.
Joanna Moorhead recoge el testimonio de Eileen Agar:
“Recuerdo ir a ver a Lee darse un baño de espuma y comprobar que no había sitio para todos en la bañera […] De los surrealistas se decía que eran monstruos inmorales, pero yo al menos no me acosté con todos los que me lo pidieron. ¿De dónde si no habría sacado tiempo para pintar?”.
Leonora decide encararse con su padre en la mansión familiar Hazelwood Hall, en Lancashire: “será una vida dedicada al arte, a Max y al surrealismo”.
Leonora tiene 20 años. En barco y tren, llega a París.
"Cuando sus padres quisieron poner en práctica lo que ambicionaban para ella, que fuera primero una joven de sociedad decorativa, y luego una esposa obediente, se rebeló de nuevo y huyó; y después en París, cuando tropezó con la visión que tenían los surrealistas de ella como femme-enfant, como musa, también se rebeló.
Me contó lo sucedido un día que Joan Miró le dio dinero para que fuera a comprarle cigarrillos. "Le devolví el dinero y le dije que fuera él mismo. No me dejé intimidar por ellos" (Joanna Moorhead, Leonora Carrington, una vida surrealista).
El inicio de la Segunda Guerra Mundial y el avance del ejército alemán en territorio francés irrumpe en la relación y creatividad de Max y Leonora en Saint-Martin-d’Ardèche.
Mientras en Alemania su obra es calificada de “arte degenerado”, Max Ernst, de nacionalidad alemana, es detenido por segunda vez e internado en el campo de internamiento francés de Les Milles como “ciudadano del Tercer Reich”: el mundo de Leonora se desmorona, y con el pasaporte de él decide conseguirle un visado en Madrid que le permita salir de Francia.
Entre el dolor y la culpa, “hundida”, emprende viaje a Andorra en coche, en compañía de su amiga, Catherine Yarrow, que conduce un pequeño Fiat, y el artista húngaro Michel Lucas.
Ya en Madrid, el estado mental de Eleonora, agravado por una agresión sexual grupal que sufre a los pocos días de su llegada, se va deteriorando seriamente:
“Una noche, después de romper y dispersar por las calles una gran cantidad de periódicos que pensaba eran un mecanismo de hipnosis utilizado por Van Ghent [individuo que se había presentando en su hotel, relacionado indirectamente con su padre], me quedé a la puerta del hotel, horrorizada de ver pasar por el bulevar a gente que parecía hecha de madera […] lloré mirando la ciudad […], la ciudad que era mi deber liberar”.
Leonora era muy consciente de lo acaecido en la Guerra Civil española, al igual que el grupo de surrealistas, y conocía sucesos como el bombardeo de Guernica.
En caída libre, acude al cónsul británico: “Traté de convencerlo de que la guerra mundial la estaban manejando mediante hipnosis un grupo de personas, Hitler y compañía, que en España estaban representadas por Van Ghent; de que para derrotar a éste bastaría comprender sus poderes hipnóticos, entonces pararíamos la guerra y liberaríamos el mundo”.
Llamaron a un médico y la encerraron en una habitación del hotel Ritz. Es agosto de 1940.
Engañada, y por decisión de su familia, es trasladada en coche drogada con Luminal e ingresada en una “elegante” -según detalla Joanna Moorhead- clínica psiquiátrica en las afueras de Santander.
En su estancia, Leonora fue sometida a tratamientos infames como inyecciones de Cardiazol y terapia electroconvulsiva.
De sus primeros días, desnuda y atada a su cama, escribió en Memorias de abajo:
“Tumbada en mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por mosquitos […] Pensé que eran los espíritus de todos los españoles oprimidos, que me culpaban por mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión”.
"Yo sentía que, por acción del sol, era andrógina, la Luna, el Espíritu Santo, una gitana, una acróbata, Leonora Carrington, y mujer. Me di cuenta de lo necesario que era sacarme de dentro todos los personajes que me habitaban".
La inesperada visita de un primo suyo, el doctor Guillermo Gil, supone para Leonora la ayuda que necesita para que sea dada de alta bajo la condición de permanecer al cuidado de su enfermera, partiendo hacia Madrid el 31 de diciembre de 1940: su familia decide su traslado a otro sanatorio, esta vez en Sudáfrica, vía Lisboa.
Continuamente bajo vigilancia, en un momento de esparcimiento coincide en una sala con Renato Leduc, al que conocía de París, y que la reconoce. Será su aliado para, una vez en Lisboa y burlada la vigilancia, solicitar asilo en la Embajada de Méjico.
Contraerán finalmente matrimonio antes de partir a Nueva York, dejando así atrás cualquier posibilidad de control por parte de su padre; no sin antes coincidir con Max Ernst de manera completamente casual en Lisboa, entre el firme deseo de él de continuar con la relación y algunas dudas por parte de ella.
Leonora no volverá con Ernst, consciente también de que, como pintora, estaría siempre a su sombra de continuar con la relación.
A finales de julio de 1941, el pintor -ya en libertad- había regresado a Saint Martin, recuperando a escondidas cuantas obras suyas y de Leonora pudo cargar.
En Marsella le alojará el escritor estadounidense Varian Fry, que dirigía "una red de rescate destinada a ayudar a salir de Europa a artistas e intelectuales cuyas vidas corrían peligro”. Allí conocerá a Peggy Guggenheim, en cuya compañía saldrá hacia Estados Unidos.
La llegada a Nueva York supone para Leonora el reencuentro con los artistas surrealistas que huyen de la guerra y el nazismo: Breton, Dalí, el propio Ernst; “André Masson, Yves Tanguy, Kurt Seligmann, Roberto Matta, Gordon Onslow Ford [...]”
La ciudad norteamericana es también la soledad; escribe Joanna Moorhead, con respecto a la vida con Renato Leduc: “Vivían juntos como marido y mujer, pero él casi nunca estaba en casa, sobre todo por las noches. Era un solitario que salía en busca de su propia diversión, y le gustaba pasar las veladas en bares y clubes nocturnos en compañía de otros hombres”.
La biografía de Joanna Moorhead es una joya, y una destacada fuente de información.
Para el mural "Summer", Leonora precisaba un lienzo de grandes dimensiones, así que pidió un préstamo a Marc Chagall, que tras ver sus pinturas sencillamente dijo: "Sigue pintando, pequeña, sigue pintando", Bretón le dio una sábana para realizarlo con la colaboración de Ernst, Matta y Marcel Duchamp.
Fue el primer encargo que recibió, de la mano de Manka Rubistein, que le pagó 200 dólares.
Cuando Renato Leduc decide volver a Méjico, Leonora se traslada con él.
Fuentes:
"Leonora Carrington. Una vida surrealista". Joanna Moorhead. Turner, 2017.
Fundación Mapfre - enlace exposición Leonora Carrington
Fundación Mapfre - acceso visita virtual
“Leonora Carrington y sus memorias”. María Juncal Caballero Guiralt. Universitat Jaume I. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia (2012).
Enlace a página Museo Max Ernst
sábado, 18 de febrero de 2023
Siempre dorados los árboles de tu ventana, Margarita
Supe que la hoja había sido la madre del árbol. Normalmente, pensamos que el árbol es la madre y que las hojas son los hijos, pero al mirar la hoja vi que también era madre del árbol. La savia que toman las raíces no es más que agua y minerales, que son insuficientes para nutrir al árbol, de manera que éste distribuye la savia a las hojas. Estas se encargan de transformar esta savia rudimentaria en savia elaborada y, con ayuda del sol y del gas, enviarla de vuelta para nutrir al árbol (...)
Le pregunté a la hoja si tenía miedo porque el otoño había llegado y las otras hojas empezaban a caer. La hoja me dijo: «No, no tengo miedo. Durante toda la primavera y el verano estuve muy viva. Trabajé y ayudé a nutrir al árbol y gran parte de mí misma se encuentra en este árbol. Por favor, no digas que sólo soy esta pequeña forma, porque la forma de hoja es sólo una pequeña parte de mí. Soy todo el árbol. Sé que estoy en el árbol y que, cuando vuelva a la tierra, continuaré nutriendo al árbol. Es por eso por lo que no me preocupa. Cuando deje esta rama y surque el aire hasta la tierra, saludaré al árbol y le diré "hasta pronto".
Thich Nhat Hanh. "Ser paz" (1999).
En memoria de Margarita Moreno, 18 de febrero de 2013.
sábado, 14 de enero de 2023
Con "Las Sinsombrero". Empoderamiento, guerra, exilio, quedarse.
sábado, 19 de marzo de 2022
Decir adiós, decir hola. Un aniversario de Wilfred Owen en medio de Ucrania.
“Por doce días no me lavé la cara ni me quité las botas ni dormí un profundo sueño”. Carta de Wilfred Owen a Susan Owen, su madre, 1917.
Hace poco, me levanté como casi todos los días para ir a trabajar. El café sabía agrio, y me acordé de un bote de miel a punto de terminar.
En cuanto lo toqué, me vino a la cabeza el frasco de miel que me había dado mi madre mucho antes del Covid:
“Mira, llévate miel. Andrés y Lubo han estado en Ucrania, visitando a la familia, y me han dado dos frascos. No los vamos a terminar los dos; llévate uno”.
Andrés y Lubo (Andriy y Lubo o Liubo, no sé escribirlo correctamente) eran vecinos de mis padres, en una de las decenas de urbanizaciones de la sierra de Madrid.
Mi madre conocía a las familias: a la madre de Andrés, … hasta al perro de Andrés. Solía hablarme de ellos, de ellas, y me transmitía sus charlas. Tienen buena fama. A veces les hicieron reparaciones en casa, siempre cariñosos, respetuosos y profesionales.
Maldito al que no aturden los cañones,
pues será como piedra.
Triste y mezquino sea en su miseria
aquel que nunca tuvo sencillez:
a conciencia eligieron ser inmunes
a la piedad y a todo cuanto en el hombre llora,
ante el último mar y las tristes estrellas (…)
Pero todo ha cambiado. Mi madre ya no vive en la urbanización; apenas habla de ellos, aunque comenta alguna vez su preocupación por Lubo, con cáncer de estómago el año pasado, y ha intentado hablar con él. La última vez que le vimos fue por la ventanilla de un coche, se acercó a saludarnos. Parecía saludable. Cómo estarán ahora.
Wilfred, tú que salías de un mundo de poesía y decepciones, y de buscarte a tientas en las noches de Burdeos.
Explotado como profesor de inglés en una academia y buscando desesperadamente clases particulares para sobrevivir (sin Internet ni Whatsapp), y llegaste a las trincheras de Francia a finales de diciembre de 1916, que supiste lo que era una lluvia torrencial que creíais que os ahogábais, aguantado casi bajo tierra un bombardeo de más de cincuenta horas, hasta que los cañones dejaron de funcionar, no daban más de sí.
Y responsable de diez hombre más jóvenes que tú, a los que tenías que mirar los pies cuidadosamente cada noche, cuidados con aceite de ballena, intentando burlar el intenso frío y la humedad, no fuese que se nos escapase algo y hubiera que amputar.
En la Guerra Fría no habrías sentido tanto miedo y piedad.
Si tú también pudieras, en tus sueños,
caminar tras el carro adonde lo arrojamos
y ver cómo sus ojos se marchitan,
ver su rostro caído, como un demonio hastiado;
si pudieras oír con cada sacudida
cómo sale la sangre de su pulmón enfermo,
obscena como el cáncer, amarga como el vómito
de incurables heridas en lenguas inocentes,
amigo, no dirías entusiasta
a los muchachos sedientos de una ansiosa gloria
esa vieja mentira: Dulce et decorum est
pro patria mori.
Decir adiós a Kiev: a tus amigos, a tu familia, a tu amor, a quienes no sabes cómo están. Tu lengua, tu barrio, tu hospital, tu trabajo. Tus estudios, tu medicación, tu tratamiento, tu ropa, tus libros. Tus ilusiones. Tus cosas. Imaginad decir adiós a Madrid, a Barcelona. A Vigo, a Cádiz, a Bilbao. A Valencia. A Almería.
Casi todos vamos en la misma balsa -más bien cayuco-, hacia la incertidumbre.
Decir “hola” a la esperanza, a la vida.
Como a Mia, que nació en el metro de Kiev, convertido en refugio, apenas unos días después de la invasión rusa.
Wilfred Owen escribió en el Prefacio a su poemario, publicado tras su muerte:
"All a poet can do today is warn".
("Todo lo que un poeta puede hacer hoy es alertar”.)
* * * * *
["... these elegies are to this generation in no sense consolatory. They may be to the next. All a poet can do today is warn. That is why the true Poets must be truthful."
"... estas elegías de ninguna manera pueden ser un consuelo para la presente generación. Tal vez lo sean para la siguiente. Todo lo que un poeta puede hacer hoy es alertarles. Por eso los verdaderos poetas deben decir la verdad."
Del Prefacio de Wilfred Owen a su poemario, escrito antes de morir a una semana del final de la guerra, el 4 de noviembre de 1918.]
Traducción de los poemas y del prefacio:
Gabriel Insausti. “Wilfred Owen. Poemas de Guerra”. Acantilado.
sábado, 5 de marzo de 2022
Del objeto a la pregunta, o al revés: Ocho cuadros de René Magritte y "El superviviente".
Onírico sin considerarse surrealista, René Magritte nos plantea en sus obras enigmas, jeroglíficos:
“Pintar es pensar”.
Arduas labores, esfuerzo y creación.
En su libro “La vida de los surrealistas”, Desmond Morris nos presenta el contraste en las pinturas de Magritte entre su “estilo prosaico” y “lo extraordinario del tema del cuadro”:
“Todo es real. Mejor dicho, todo menos la relación que se da entre los elementos”.
Amante de Fantomas, al que aún se reverenciaba en mi niñez, bien pudieran cuadrar bastantes obras de René Magritte para ilustrar relatos de CF o del género fantástico:
Escribe Desmond Morris:
“Quienquiera que se esfuerce en hallar significados ocultos en ellos [los títulos de sus cuadros] debe saber que Magritte invitaba a sus amigos surrealistas a pasar la tarde en casa para ver a quién se le ocurrían los títulos más extravagantes y absurdos para las últimas pinturas que había acabado”.
Sin embargo, quienes nos hemos encontrado en Internet con su obra titulada “El superviviente”, de golpe, más allá del sentido de la vista, incluso de lo que llamamos intuición, recibimos todo su potente significado.
Visité la exposición de Magritte a principios de enero. Empezaba un nuevo año, Rusia aún no había invadido Ucrania.
El título de este blog, -Los árboles invisibles-, viene de un poema de Isaac Rosenberg que nada tiene que ver con guerras.
Poeta, pintor y más cosas, de vida difícil -hasta en las trincheras se metían con él, por su aspecto físico y ser judío (de origen lituano, nacido en Bristol)-, murió en 1918, durante el último año de la Primera Guerra Mundial.
Hoy se le recuerda por ser autor del poema “Amanecer en las trincheras” y un destacado poeta de esas creativas, criminales y desgraciadas décadas; y dos de sus autorretratos cuelgan en la National Portrait Gallery de Londres. Su nombre está inscrito en la Poet’s Corner de la Abadía de Westminster.
Cuando vemos esas fotografías de los cementerios de la Primera Guerra Mundial, muy cuidados, sean pequeños o casi inabarcables para la vista, con sus cientos de cruces ordenadas, nos quedamos con la impresión, la ilusión, de que debajo de cada cruz hay una persona identificada y enterrada.
Pero no es así. Todos estos cementerios son enormes fosas comunes de restos humanos.
René Magritte también vivió los años 20 -los “Locos años Veinte”-, pero del siglo pasado. Isaac Rosenberg no pudo vivirlos.
Nosotros vivimos y viviremos estos nuestros propios años 20. Ya los estamos viviendo.
Enlace
a la
exposición:
https://www.museothyssen.org/exposiciones/maquina-magritte
Fotografías: Esther González.