viernes, 30 de septiembre de 2016

"Tres camaradas" (2). La ciudad y las flores.

Iglesia Memorial Kaiser Wilhelm, en memoria del Emperador Guillermo
Berlin, c. 1927

“Paseamos por las calles Se estaba enturbiando la atmósfera. Una tenue niebla se tendía lentamente sobre la ciudad, una niebla entre verdosa y plateada. Le cogí la mano a Pat y la metí en el bolsillo de mi abrigo (…)
Los abejorros salieron ebrios de los tilos y se acercaron dando tumbos a las farolas para girar en torno suyo y chocar pesadamente contra sus húmedos cristales. La niebla lo transformó todo, le dio realce y lo desdibujó a un tiempo; el hotel frente a nosotros navegó ya cual un trasatlántico con cabinas iluminadas, por la negra superficie del asfalto; la silueta grisácea de la iglesia, tras él, fue un velero espectral cuyos interminables mástiles se perdieron en la claridad gris rojiza, y entonces comenzaron también a sobrenadar y deslizarse las flotillas de casas...”


No se cita en la novela de Erich Maria Remarque a Berlin, que la ciudad de fondo donde tratan de vivir, sobrevivir, sea Berlin.
En todo caso, esta ciudad de los "Tres camaradas" es vital, embriagadora, despierta, sensorial; engalanada con muchos espacios naturales:
“Seguimos caminando (…) por los jardines municipales.
-Aquí deben estar en alguna parte las Daphne indica –dijo Pat
-Sí, el olor llega desde lejos por encima del césped. Es muy perceptible. ¿Verdad?"

“Terminada la velada, vagamos todavía largo tiempo por la ciudad nocturna. Las calles estaban iluminadas y desiertas. Los anuncios cinematográficos resplandecían En los escaparates brillaba la luz sin finalidad alguna. En uno había varios maniquíes de cera completamente desnudos y con caras pintadas. Tenían un aspecto fantasmal y perverso. Al lado centelleaban las joyas. 
Luego seguían unos almacenes iluminados por reflectores de luz blanca como si fueran una catedral (…)

Ante un cine se acurrucaban figuras macilentas y famélicas. Junto a ellas refulgía la exposición de un lujoso establecimiento de comestibles."
Berlin, 1931. El Ejército alemán repartiendo comida. Bundesarchiv.

“Fui al taller, saqué el taxi y paseé lentamente por las calles. Había poco tránsito. 
En los barrios obreros, las interminables hileras de casas baratas, de vecindad, se alzaban desnudas y sórdidas como deplorables prostitutas viejas en la lluvia. 
Sus fachadas estaban desconchadas y churretosas, las turbias ventanas miraban sin alegría al amanecer, y el revoque descascarillado de las paredes mostraba, en muchos lugares, profundos agujeros grisáceos, como si lo estuvieran devorando las úlceras.” 


“La somnolencia de los clubes nocturnos restregó con manos entre grisáceas y amarillentas las paredes y los rostros. 
La música pareció sonar bajo un catafalco de cristal. El calvo bebió café. La mujer con manos de saurio miró fijamente al vacío. 
Breuer compró rosas a una exhausta vendedora de flores; las repartió entre Pat y las otras dos mujeres. En los capullos medio abiertos había gotas de agua pequeñas y claras como perlas.”



"Atravesamos el pequeño postigo, para desembocar inmediatamente en el claustro [de la Catedral] (…) En el centro se alzaba una gran cruz, corroída por los elementos, con la figura de Cristo (…) 
El jardín estaba en estado silvestre y florecía por todas partes.
-Todo esto está muy bien, Gottfried. Pero, ¿qué ocurrirá si me atrapan? (…) las gentes piadosas califican sin rodeos una cosa así como profanación de lugares sagrados.
-Querido jovenzuelo –dijo Lenz-. ¿Acaso ves a alguien por los contornos? Desde la guerra, los seres humanos acuden más a los mítines políticos, que a la iglesia (…) La suerte te acompaña. Es una especie de larga florescencia y flores muy resistentes. Con ella podrás aprovisionarte por los menos hasta septiembre. Y a partir de entonces encontrarás aquí mismo abundantes aster y crisantemos (…) 

Los enjambres de abejas revoloteaban entre las corolas (...)
-Éstas proceden, con toda seguridad, de una granja. Conocen bien su camino (…)
-Y nosotros no, ¿eh? –dije alzando los hombros-. O quizá lo conozcamos también… Por lo menos, un pequeño trecho. En la medida de nuestras posibilidades. ¿Tú no?
-No. Ni deseo conocerlo. Las metas significan el aburguesamiento de nuestra vida.” 

“Oímos que Ferdinand nos llamaba (…)
-Pasad, chicos –dijo-. De noche, las gentes como nosotros no pueden encontrar nada en la Naturaleza. Ella quiere estar sola de noche. Si fuéramos campesinos o pescadores sería diferente; pero nosotros, habitantes de ciudades populosas con nuestros cercenados instintos, no tenemos nada que hacer. (…) ¡La noche (…) es una defensa de la Naturaleza contra la civilización contaminadora! 
Y cuando un hombre es razonable (…) percibe al instante que no se le quiere en el silencioso círculo de árboles, animales, estrellas y vida irracional”

Leo Lesser Ury. "Hochbahnhof Bülowstraße", 1922.


“Los faros exploraron como podencos ante nosotros, y localizaron en la oscuridad un bosque de temblorosos abedules, una alameda, postes telegráficos abalanzándose momentáneamente hacia nosotros, casas agazapadas, el silencioso desfile de los linderos forestales. 
Sobre nuestras cabezas se cernía, monstruoso, escoltado por millares de estrellas, el fosforescente velo de la Vía Láctea.”



Hay poca violencia en la novela, si dejamos a un lado la desgracia y la miseria.
La ciudad es ruda, sí, pero es una rudeza individual de puños, no de pistolas; las armas de fuego están en manos de los distintos grupos ideológicos, paramilitares, policía…
Robby relata algunas escaramuzas que se zanjan a puñetazos, rozando la fanfarronería; a veces una injusticia, otras una afrenta que acaba en amistad y respeto, o en un sangriento desahogo.
Pero no es el eje fundamental de la novela, siempre sorprendiéndonos con la nobleza de los personajes, el alto sentido de la amistad y de la solidaridad. 
Prácticamente no se juzgan, no juzgan, hay una ingenuidad cierta de fondo;  la descripción de la ciudad de entre guerras con sus potentes luces y trágicas sombras es suave, apenas un visillo de tela muy fina y transparente.


Quema de libros en la Opernplatz (actual Bebelplatz), Berlin, 1933.
Fotografía: Georg Pahl. Bundesarchiv.

Será hacia el final cuando aparezcan una pistola, dos disparos. 
Vendrán con otros jóvenes  –casi adolescentes-  en grupo,  con “polainas nuevas de un color amarillo claro (…), botas altas de corte militar”.


Remarque, Erich Maria. “Tres camaradas”. 
Plaza & Janés, S.A., Editores. Noviembre 1978, 2ª edición.
Título original:“Drei Kameraden”, 1936.
Traducción de Manuel Vázquez.