lunes, 8 de agosto de 2016

Erich Maria Remarque: "Tres camaradas" (I)



"El cielo era amarillo, como de latón; no lo ennegrecían aún las humaredas de las fábricas tras cuyos tejados brillaba con gran luminosidad. Pronto saldría el sol Miré la hora. No eran aún las ocho. Había llegado con quince minutos de anticipación."

Es el cumpleaños de Robert Lohkamp; 30 años, concretamente.

Hace doce, pues, que concluyó la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra; estamos en 1930, y Robert trabaja en un taller de coches con otros dos amigos, camaradas de las trincheras: Gottfried Lenz y Otto Koester.

Robert echa la vista atrás, y en una cuartilla, repasa sus pasados cumpleaños, sus otros cumpleaños desde que cumpliera los dieciocho y fuese llamado a filas:

“La verdadera vida no se inició hasta 1916 (…) yo era un recluta de dieciocho años, enteco y larguirucho; hacía instrucción a las órdenes de un mostachudo oficial en los eriales detrás del cuartel (…) Una de aquellas tardes se presentó mi madre en el cuartel para visitarme; pero hubo de esperar una hora larga. Yo no había preparado mi mochila como disponía el reglamento y, por tanto, se me había castigado a limpiar las letrinas durante el paseo. Ella quiso ayudarme pero no me lo permitieron (…) lloró amargamente, y yo sentí tanto cansancio que me quedé dormido a su lado."
Erich Maria Remarque, con uniforme del Ejército alemán,
con su perro Wolf (1918 ó 1919)
Imagen: http://www.nyu.edu/ (New York University)


"1917: Flandes. Middendorf y yo habíamos comprado una botella de tinto en la cantina. Queríamos celebrarlo. Sin embargo, no nos dio tiempo. Hacia el alba, los ingleses desencadenaron un intenso cañoneo. Al mediodía, Koester cayó herido; Meyer y Deters murieron por la tarde. Hacia el anochecer, cuando creímos tener ya la suficiente tranquilidad como para descorchar la botella, llegó el gas y se filtró entre los refugios subterráneos. Tuvimos el tiempo justo para ponernos las máscaras, pero la de Middendorf estaba averiada (…) Murió a la mañana siguiente: tenía el rostro verdinegro y la garganta lacerada, pues había intentado abrírsela con las uñas para airar aire.

1918: estancia en el hospital de sangre (…) Vendas de papel. Heridas atroces (…) Junto a mí yacía Josef Stoll. Le faltaba una pierna, pero él no lo sabía aún. (…) sentía mucho dolor en un pie inexistente. Por la noche expiraron dos heridos en nuestra sala. Uno lo hizo con extremada lentitud y laboriosidad."



Berlín, enero 1919
Imagen: www.ww1-propaganda-cards.com

"1919: vuelta a casa. Revolución. Hambre. Afuera, el incesante tableteo de las ametralladoras. Soldados contra soldados. Camaradas contra camaradas. 1920: insurrección. Fusilamiento de Karl Broeger. Arresto de Koester y Lenz. Mi madre, hospitalizada. Ultima fase del cáncer."




Diario de 28 de julio de 1923:
Un dólar estadounidense equivalía a un millón de marcos alemanes

"1921…
Me detuve a reflexionar. No saqué nada en limpio. Sencillamente, aquel año se había esfumado de mi memoria. Fui ferroviario en Turingia durante 1922 y jefe de publicidad en una fábrica de caucho durante 1923. Esto último coincidió con la inflación. Allí gané mensualmente doscientos billones de marcos. Entonces cobrábamos dos veces cada día, y a renglón seguido se nos concedía media hora de permiso para que corriéramos hacia las tiendas y compráramos todo lo posible antes de que pareciese la nueva cotización del dólar, porque si nos retrasábamos unos minutos, nuestro dinero valdría sólo la mitad.”

Billete de 100 billones de marcos alemanes, 1924
Fuente: Reichsbank



No es ésta una novela cuartelaria. 
Apenas se mencionan sucesos de la Gran Guerra, y los transcritos son los más significativos.

Es una novela sin fisuras, bien construida, ágil; y también una descripción fiable de la sociedad de esos años, sin adornos.

Es, desde luego, una novela sobre la amistad; sobre el respeto, el apoyo, la solidaridad.
Sorprende por la madurez de sus personajes, sus conversaciones; bastante distantes, a pesar de las circunstancias terribles que les rodean, de egocentrismos, distracciones y conductas evasivas a las que nos estamos acostumbrando ahora, en nuestra propia época.

Los personajes de "Tres camaradas" buscan vivir, aunque sea sobreviviendo; buscan momentos reales, echar el resto para vivir, para poder decir que se está viviendo.

Y es también una novela sobre el amor. El amor que empieza desde la confusión, esa confusión que desconcierta con el primer encuentro, que altera el día a día, que trastoca nuestro discurso interior.


“Se oyó chirriar el portón. Me apresuré a romper la cuartilla que encuadraba aquellas fechas memorables de mi vida y arrojé los fragmentos a la papelera. La puerta se abrió de golpe. En su marco apareció Gottfried Lenz…, enjuto, larguirucho, con melena de color pajizo y una nariz que parecía haber sido destinada a un hombre completamente distinto.
-¡Robby! –rugió-. ¡Viejo truhán! ¡Incorpórate y despabílate! ¡Tus superiores quieren hablar contigo!
-¡Dios todopoderoso! –exclamé levantándome- ¡Tuve la esperanza de que no os acordaseis! ¡Tened misericordia, bergantes!
(…) Koester llegó pisándole los talones. Lenz se irguió ante mí y preguntó:
-Dime, Robby, ¿quién ha sido la primera persona a la que encontraste esta mañana?
Tras breve cavilación, repuse:
-Una mujer vieja y danzante.
-¡San Moisés! ¡Es un pésimo presagio! Pero escucha tu horóscopo. Lo compuse ayer mismo. Eres un nativo de Sagitario, un individuo poco fiable, una paja al viento con sospechosos trígonos en Saturno y un Júpiter sumamente deteriorado este año. Puesto que Otto [Koester] y yo representamos el papel de tus padres, te entrego primeramente algo a modo de protección. ¡Toma este amuleto! Antaño me lo traspasó una descendiente de los incas (…)”




Remarque, Erich Maria. “Tres camaradas”. 
Plaza & Janés, S.A., Editores. Noviembre 1978, 2ª edición.
Título original:“Drei Kameraden”, 1936.
Traducción de Manuel Vázquez.