sábado, 22 de abril de 2017

Piel transparente, corteza, máscara de agua. Hermann Hess.

Parte central de la “rueda de la vida”. El gallo representa  el deseo, la serpiente el enojo,  y el cerdo la ignorancia. Monasterio budista de Kopan, Katmandú (Nepal)


"-Siddhartaha -le dijo-, nos hemos hecho viejos. Difícilmente volveremos a vernos bajo esta forma humana (...) Dame algo que me acompañe en mi camino. Arduo y sombrío es mi camino a veces, oh Siddhartha
(...)
Dejó de ver el rostro de su amigo Siddhartha y vio en vez de él otros rostros, muchos, una hilera enorme, un río de rostros, cientos, miles de caras que llegaban y pasaban, aunque parecieran estar todas allí al mismo tiempo
miles de caras que se transformaban y se renovaban incesantemente y que, sin embargo, eran todas Siddhartha.
“El río de la vida”. William Blake (c. 1805) Tate Gallery

Vio el rostro de un pez, de una carpa con la boca desencajada por un dolor infinito: un pez moribundo con los ojos saltones
vio el rostro de un recién nacido, rojo y surcado de arrugas, contraerse por el llanto
vio el rostro de un asesino, y lo vio hundir un cuchillo en el cuerpo de un hombre, vio, en el mismo instante, al asesino encadenado y de rodillas ante su verdugo, que le cortó la cabeza de un solo mandoble
vio cuerpos de hombres y mujeres desnudos en las posiciones y en las luchas de un amor desenfrenado; vio cadáveres estirados, tranquilos, fríos, vacíos
vio cabezas de animales, de jabalíes, de cocodrilos, de elefantes, de toros, de aves; vio dioses, vio a Krishna, a Agni (...)
Ardhanarishavara

Vio todos estos rostros y figuras anudados en mil relaciones recíprocas, ayudándose unos a otros, amándose, odiándose, destruyéndose, volviendo a procrearse; cada cual empeñado en querer morir, cada cual dando un testimonio apasionado y doloroso de su caducidad
pero ninguno moría, todos se transformaban solamente, renacían sin cesar e iban adquiriendo siempre un rostro nuevo, sin que entre los sucesivos rostros viniera a interponerse un resquicio de tiempo
y todos estos rostros y figuras yacían, fluían, se multiplicaban, flotaban aisladamente y volvían a confluir (…)"


Hermann Hesse, retratado por  Ernst Würtenberger (1905)

Hermann Hesse escribió “Siddhartha” tras la Primera Guerra Mundial o “Gran Guerra”. Comenzó en febrero de 1920 y, tras un largo paréntesis, la concluyó en marzo de 1922.
Hesse vivía en Berna cuando estalló la guerra en 1914; se presentó como voluntario en la Embajada alemana, siendo rechazado por su vista cansada.
Colaboró con la Cruz Roja enviado libros a los soldados alemanes presos en Francia, Italia y Rusia.

Prisioneros de guerra (POW) alemanes en un campo francés, 1918

Desde 1916, año de la muerte de su padre, Johanness,  editó distintas publicaciones destinada a prisioneros, e incluso fundó una pequeña editorial, con volúmenes de cuentos de Emil Strauss, los hermanos Mann, Gottfried Keller, y propios.

Soldados australianos atendidos en una trinchera alemana

Con el impacto que le producían las noticias del frente y el número de muertos, escribió: 
“La miseria que clama de todas partes del mundo es tan monstruosa, que desde mi pequeño rincón haré todo lo posible para ayudar”.

La historia del buscador que es Siddhartha, que se cruza brevemente con el Buda, surge del profundo conocimiento que poseía Hermann Hesse de la India y de su cultura, alimentado en parte por su abuelo materno, Hermann Gundert, especialista en Indología, y que vivió parte de su vida en Asia. Tanto él como su madre, Marie, misioneros pietistas, le transmitieron muchas historias, matizadas en su propio viaje de tres meses, en 1911, junto con el pintor Hans Sturzenegger:
“Hallamos al pueblo puro, simple, infantil del paraíso. Pero nosotros mismos somos diferentes; somos extraños aquí (…) perdimos nuestro paraíso hace largo tiempo…”

Soldados ciegos leyendo libros en Braille, Baltimore, EE.UU., 1920

En su excelente biografía-guía “El lector de Hermann Hesse”, Katinka Rosés y Francesc Miralles reflejan la favorable acogida de la novela en su época, destacando también que
“perdidos en la Europa de entreguerras, muchos jóvenes tomaron a Hesse como “gurú” y pusieron los ojos en Oriente.”
Y apuntan:
“Hermann Hesse logró con su Shiddhartha –que es la historia de una búsqueda- traducir al gusto occidental la sabiduría milenaria de Oriente, en la que el budismo tiene una posición preponderante (…)"

Prisioneros alemanes con equipación deportiva en el campo de prisioneros (1914-17)
que existió en Taisho, actual barrio de Osaka.
Los prisioneros no realizaban trabajos forzados.

Su traducción al inglés en 1951, gracias al empeño de un impresionado Henry Miller, supuso otro gran éxito de la novela, esta vez en Estados Unidos en los años 50 y 60, treinta años después de su publicación en Berlín.


Fuentes:
"El lector de Hermann Hesse". Katinka Rosés Becker y Francesc Miralles Contijoch. Océano, 2000.
"Siddhartha". Hermann Hesse. Plaza & Janés, 1987.


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