"El cielo era
amarillo, como de latón; no lo ennegrecían aún las humaredas de las fábricas
tras cuyos tejados brillaba con gran luminosidad. Pronto saldría el sol Miré la
hora. No eran aún las ocho. Había llegado con quince minutos de anticipación."
Es el cumpleaños de Robert
Lohkamp; 30 años, concretamente.
Hace doce, pues, que
concluyó la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra; estamos en 1930, y Robert
trabaja en un taller de coches con otros dos amigos, camaradas de las
trincheras: Gottfried Lenz y Otto Koester.
Robert echa la vista
atrás, y en una cuartilla, repasa sus pasados cumpleaños, sus otros cumpleaños
desde que cumpliera los dieciocho y fuese llamado a filas:
“La verdadera vida no se
inició hasta 1916 (…) yo era un recluta de dieciocho años, enteco y
larguirucho; hacía instrucción a las órdenes de un mostachudo oficial en los
eriales detrás del cuartel (…) Una de aquellas tardes se presentó mi madre en
el cuartel para visitarme; pero hubo de esperar una hora larga. Yo no había
preparado mi mochila como disponía el reglamento y, por tanto, se me había
castigado a limpiar las letrinas durante el paseo. Ella quiso ayudarme pero no
me lo permitieron (…) lloró amargamente, y yo sentí tanto cansancio que me
quedé dormido a su lado."
Erich Maria Remarque, con uniforme del Ejército alemán,
con su perro Wolf (1918 ó 1919)
Imagen: http://www.nyu.edu/ (New York University)
"1917:
Flandes. Middendorf y yo habíamos comprado una botella de tinto en la cantina.
Queríamos celebrarlo. Sin embargo, no nos dio tiempo. Hacia el alba, los
ingleses desencadenaron un intenso cañoneo. Al mediodía, Koester cayó herido;
Meyer y Deters murieron por la tarde. Hacia el anochecer, cuando creímos tener ya
la suficiente tranquilidad como para descorchar la botella, llegó el gas y se
filtró entre los refugios subterráneos. Tuvimos el tiempo justo para ponernos
las máscaras, pero la de Middendorf estaba averiada (…) Murió a la mañana
siguiente: tenía el rostro verdinegro y la garganta lacerada, pues había
intentado abrírsela con las uñas para airar aire.
1918: estancia en el
hospital de sangre (…) Vendas de papel. Heridas atroces (…) Junto a mí yacía
Josef Stoll. Le faltaba una pierna, pero él no lo sabía aún. (…) sentía mucho
dolor en un pie inexistente. Por la noche expiraron dos heridos en nuestra
sala. Uno lo hizo con extremada lentitud y laboriosidad."
Berlín, enero 1919
Imagen: www.ww1-propaganda-cards.com
"1919: vuelta a casa. Revolución. Hambre. Afuera, el incesante tableteo de las ametralladoras. Soldados contra soldados. Camaradas contra camaradas. 1920: insurrección. Fusilamiento de Karl Broeger. Arresto de Koester y Lenz. Mi madre, hospitalizada. Ultima fase del cáncer."
Diario de 28 de julio de 1923:
Un dólar estadounidense equivalía a un millón de marcos alemanes
"1921…
Me detuve a reflexionar.
No saqué nada en limpio. Sencillamente, aquel año se había esfumado de mi
memoria. Fui ferroviario en Turingia durante 1922 y jefe de publicidad en una
fábrica de caucho durante 1923. Esto último coincidió con la inflación. Allí
gané mensualmente doscientos billones de marcos. Entonces cobrábamos dos veces
cada día, y a renglón seguido se nos concedía media hora de permiso para que
corriéramos hacia las tiendas y compráramos todo lo posible antes de que
pareciese la nueva cotización del dólar, porque si nos retrasábamos unos
minutos, nuestro dinero valdría sólo la mitad.”
No es ésta una novela
cuartelaria.
Apenas se mencionan
sucesos de la Gran Guerra, y los transcritos son los más significativos.
Es una novela sin fisuras,
bien construida, ágil; y también una descripción fiable de la sociedad de esos
años, sin adornos.
Es, desde luego, una
novela sobre la amistad; sobre el respeto, el apoyo, la solidaridad.
Sorprende por la madurez
de sus personajes, sus conversaciones; bastante distantes, a pesar de las
circunstancias terribles que les rodean, de egocentrismos, distracciones y
conductas evasivas a las que nos estamos acostumbrando ahora, en nuestra propia
época.
Los personajes de
"Tres camaradas" buscan vivir, aunque sea sobreviviendo; buscan momentos
reales, echar el resto para vivir, para poder decir que se está viviendo.
Y es también una novela
sobre el amor. El amor que empieza desde la confusión, esa confusión que
desconcierta con el primer encuentro, que altera el día a día, que trastoca
nuestro discurso interior.
“Se oyó chirriar el
portón. Me apresuré a romper la cuartilla que encuadraba aquellas fechas
memorables de mi vida y arrojé los fragmentos a la papelera. La puerta se abrió
de golpe. En su marco apareció Gottfried Lenz…, enjuto, larguirucho, con melena
de color pajizo y una nariz que parecía haber sido destinada a un hombre
completamente distinto.
-¡Robby! –rugió-. ¡Viejo
truhán! ¡Incorpórate y despabílate! ¡Tus superiores quieren hablar contigo!
-¡Dios todopoderoso!
–exclamé levantándome- ¡Tuve la esperanza de que no os acordaseis! ¡Tened
misericordia, bergantes!
(…) Koester llegó
pisándole los talones. Lenz se irguió ante mí y preguntó:
-Dime, Robby, ¿quién ha
sido la primera persona a la que encontraste esta mañana?
Tras breve cavilación,
repuse:
-Una mujer vieja y
danzante.
-¡San Moisés! ¡Es un
pésimo presagio! Pero escucha tu horóscopo. Lo compuse ayer mismo. Eres un
nativo de Sagitario, un individuo poco fiable, una paja al viento con
sospechosos trígonos en Saturno y un Júpiter sumamente deteriorado este año.
Puesto que Otto [Koester] y yo representamos el papel de tus padres, te entrego
primeramente algo a modo de protección. ¡Toma este amuleto! Antaño me lo
traspasó una descendiente de los incas (…)”
Remarque,
Erich Maria. “Tres camaradas”.
Plaza & Janés, S.A., Editores. Noviembre
1978, 2ª edición.
Título
original:“Drei Kameraden”, 1936.
Traducción de Manuel
Vázquez.
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